—¡Ese cerdo no tiene ni idea! La arena de ese condenado e
inútil reino de Grozhia se le ha debido meter en el cerebro. —Vartyan recorría
encolerizado la estancia, con sus puños apretados y una expresión de ira que alertaban
a Gromen que debía dirigirse a él con cautela y midiendo muy bien sus palabras.
-Pero majestad, Salucard solo ha…
—¡Silencio! —le interrumpió con ira—. Ese rencoroso ha
faltado a su palabra. Es la última vez que pongo mis esperanzas en este atajo
de indeseables ¿Que sabemos del norte? ¿No han vuelto mis hermanos?
—Majestad, el rey Consald no ha respondido aún. —Gromen era
desde hace cinco años La Voz del Rey de las tierras del sur y sabía cómo tenía
que dirigirse a él cuando se encontraba en ese estado de cólera.— Los príncipes
no han regresado y deberían haberlo hecho hace una semana.
—¡Maldigo a los cuatro infiernos por haber involucrado a mi
reino en esto! Debimos atacarles cuando tuvimos ocasión, ahora puede que sea
demasiado tarde. —El rey se calmó un poco a pesar de seguir recibiendo malas
noticias y se sentó en una confortable silla revestida con una suave tela roja,
cruzando sus brazos y adoptando una actitud reflexiva.
—Mi señor, —Gromen hizo un gesto a uno de los dos sirvientes
que se encontraban detrás de Vartyan para que le llenara su dorada copa de
vino.— tan sólo el rey Sevran nos ha ofrecido su apoyo, sin duda es un gran
aliado y aportará un gran número de guerreros, ya conoce la fama de los perros
del Mar Excelso, pero aun así...
—No es suficiente, lo sé. Esos condenados elfos procrean
como las alimañas, todos están entrenados en las artes de la guerra y la
pericia de uno de esos orejudos equivale a la que tienen cinco de los nuestros.
Gromen agachó la cabeza y se quedó mudo, su señor tenía
razón, la experiencia que la longevidad otorgaba a los elfos era algo que los
humanos no tendrían jamás, y sin duda era una gran ventaja a su favor. Levantó
sus ojos y los mantuvo en el cuerpo del monarca, observando cómo caminaba hasta
poner su mano en el rostro de un joven elfo que había tomado prisionero, para
después acabar transformándolo en su esclavo personal.
—Si tan solo pudiera tenerlos a todos bajo mi dominio. —Esbozó
una sonrisa y paseó la yema de sus dedos por las mejillas de aquel a quien
desnudaba con la mirada.— Son tan hermosos, y parecen tan frágiles a pesar de
ser tan resistentes, que es imposible no caer cautivado… ¿Verdad, Lyamel? —El
elfo tenía la respiración acelerada y sus manos comenzaron a sudar cuando
sintió el aliento del poderoso rey acariciar su rostro—. Sobre todo cuando
gimen y se retuercen entre las sábanas.
—Mi señor, —Su hombre de confianza carraspeó y le
interrumpió oportunamente justo cuando una de sus manos se desviaba del rostro
del esclavo hacia su vientre.— Bartan acepta formar parte de la coalición que
usted le ha propuesto, pero antes pide que le ayudemos a acabar con la...
“plaga”, como él la llama, de enanos asentados en sus montañas.
El rey dejó al elfo, que exhaló todo el aire que estuvo
conteniendo, y asombrado tomó la copa de vino en sus manos, le dio un sorbo y
preguntó con soberbia a Gromen—: ¿Enanos? Ese vejestorio debe de estar
bromeando ¿Sus burdos guerreros no pueden acabar con un puñado de diminutos y
cabezudos seres?
—El rey de los valles afirma que los asentamientos enanos
son más numerosos de lo que nuestros exploradores nos han hecho saber.
Vartyan sonrió disimuladamente y volvió a saborear el néctar
carmesí recostándose en su silla de nuevo, sabía que su plan estaba surtiendo efecto, un
plan que ni siquiera su hombre más cercano a él conocía. Solo era cuestión de
tiempo que las moscas fueran atraídas por la miel.
—Bien, entonces contamos con el apoyo de Sevran y de Bartan.
—Guardó silencio unos segundos, retomando su expresión pensativa, y después
sentenció la conversación con su hombre de confianza mientras sus ojos se
posaban en la figura del vástago menor de la familia Edenblade, quien entraba
en el lujoso salón con una expresión descompuesta —Serán muy útiles los barcos
de Crethia para cruzar el océano y también necesitaremos a los excelentes
exploradores de las montañas de Boscul. Pero sigue siendo insuficiente. —Se
levantó y caminó hacia su hermano cuando le vio hincar la rodilla derecha ante él y le dio una orden a Gromen—: Haz lo que sea necesario para
que los otros dos insensatos recapaciten… Lo que sea.
La Voz del Rey lanzó una mirada de soslayo al arrodillado
príncipe y después abandonó la estancia para cumplir los designios de su señor
con una reverencia.
—¡Hermano! Sabes de sobra que no tienes que arrodillarte en
mi presencia. —Agarró su hombro cariñosamente y le obligó a levantarse.— ¿Cómo
ha ido tu cometido?
Harnon agachó la cabeza apesumbrado y le dijo sin ningún
preámbulo —Gorkan ha muerto.
Vortyan transformó su expresión jovial en una de desasosiego
—¿Cómo ha… ocurrido?
—Tres flechas le… le atravesaron el cuello. Se desangró y no
pudimos hacer nada.
La mirada del rey delataba el dolor que estaba sintiendo, a
pesar de ser considerado como un hombre frío y sin escrúpulos, en el fondo se
preocupaba por aquellos que tenía cerca, y enterarse de que su hermano mediano
había muerto a manos de los guerreros del norte había sido un golpe muy duro.
—Supongo que esa es la respuesta de ese cerdo vanidoso de
Consald.
—Ni siquiera ha querido recibirnos. No pudimos acercarnos a
las murallas de Armentul, una avanzada de reconocimiento nos cortó el paso,
Gorkan quiso… encararles a pesar de que nos doblaban en número y…
—¿Solo tú has regresado? —le interrumpió incapaz de escuchar
otra vez el relato de la muerte de Gorkan y apoyó su mano en la hombrera de su magullada
armadura.
—No, el tigre está en la enfermería. Seguramente perderá su
pierna derecha.
Por unos instantes su expresión cambió de nuevo y Harnon
pudo vislumbrar un atisbo de sospecha dirigida hacia él, pero inmediatamente se
evaporó y suspiró aliviado mientras el rey se daba la vuelta arreglándose su
hermosa cabellera dorada y le decía:
—Descansa, hermano. Debes de estar agotado.
El príncipe hizo una pequeña reverencia con su cabeza y
abandonó el salón dejando a Vartyan solo en su trono. Su elfo le rellenó su copa
de nuevo y mientras se la llevaba a los labios sonrió diciéndole con su típica
arrogancia:
—¿Sabes, pequeño? Pronto todo acabará, las piezas comenzarán
a moverse por el tablero que he dispuesto para ellas, todos esos buitres
saldrán en busca de carroña, sus perros olisquearán el rastro de la mierda que
les he arrojado hasta alcanzar mis puertas. Creerán que me he vuelto débil,
pensarán que el rey de Lashenford es un loco demente, pero cuando les tenga
justo donde mi deseo anhela… Les arrancaré el corazón con mis propias manos y
se lo arrojaré a los lobos. Solo habrá un rey, solamente un reino… Yo soy el único
que puede conseguir la paz que necesita este mundo.
Agarró el brazo de Lyamel y lo sentó en su regazo, el estruendo
de la copa que se había deslizado de entre sus dedos resonó por toda la
estancia mientras rebotaba bajando las escalerillas de inmaculado mármol estatuario
que ascendían al trono.
-Y después… —Sus dedos apretaron las nalgas del elfo que,
instintivamente, puso las manos sobre sus hombros.— Las demás razas sucumbirán
ante mi poder.
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