—Ya me ha oído, anciano. Realizamos el encargo con la eficacia y
sigilo acordados. Nadie sospecha que no se trate de un suicidio.
Queremos la cantidad que se nos prometió.
—No seáis
insolente, joven. Os advertí que debíais ser muy cautos ¡Y no solo no lo
habéis sido, sino que además asesinasteis a un sacerdote de mi clero!
—¡Cálmese!
¡Nadie nos dijo que el trabajo lo tendríamos que llevar a cabo en un
templo! Hemos hecho lo que nos ha pedido, ahora queremos nuestro oro.
Sander
permanecía de pie para parecer más intimidante, su jarra de cerveza
descansaba intacta sobre la mesa y su espada, llamada Tempestad, en la
vaina que portaba en su espalda.
—Deja de razonar con él, estúpido necio. No nos dará nuestra recompensa. —le transmitió mentalmente su espada.
—Cállate. Sé lo que tengo que hacer. Deja de meterte en mi cabeza. —Cuando
encontró a Tempestad en el cubil de un dragón, hace tiempo muerto, no
se imaginó que pudiera penetrar en su mente y adueñarse de sus
pensamientos. Le atrajo la empuñadura de adamantio negra con cabezas de
dragón doradas y el fulgor oscuro de su hoja, pero sobre todo el
irrompible filo de diamantes de arminthio, sin duda extraído de las
inhóspitas minas del mismo nombre, que se encuentran en las entrañas de
las montañas donde moran los aislados enanos de Keorn. —No se lo
repetiré, anciano. Deme mi oro.
—Tendrá que ser la mitad,
por las molestias que me habéis ocasionado. Lo siento, hijo. —El clérigo
de barba blanca y tez pálida, elevó la barbilla arrogantemente tras
pronunciar su última oferta y le dio un sorbo a su jarra de cerveza.
—Muy
bien —le dijo sonriendo y mirando a su compañero Karven, quién había
permanecido en silencio durante toda la conversación, comiendo distraído
sin prestar demasiada atención—, entonces esas serán sus últimas
palabras. Le reuniré con su amado dios y tomaré lo que es mío, apelando a
su divina justicia.
Sin ningún miramiento, deslizó la
daga oculta en su costado derecho por el cuello del sorprendido clérigo,
en completo silencio y con tal rapidez que nadie se percató de lo que
había ocurrido. El agonizante hombre descansaba su cabeza en la tabla de
la mesa, ahogándose con su propia sangre e intentando inútilmente no
desangrarse tapando el profundo corte con sus manos, mientras los dos
asesinos salían de la taberna con la abultada bolsa de oro que Sander
arrancó de su cinturón, con una completa calma, como si no acabaran de
degollar al clérigo mayor de la orden de Hastra, el popularmente
venerado dios de la justicia.
—Que la justicia de esa
bastarda deidad recaiga sobre mi alma oscura —dijo Sander a su compañero
con un tono cargado de sarcasmo y de desprecio a la vez que se agarraba
los genitales.
—Creo que te has arriesgado demasiado, Sander. Podríamos haber esperado a…
—Si
hemos sobrevivido tanto tiempo no ha sido gracias a ti, Karven —le
interrumpió señalándole con el dedo— Además, mi sigilo es impecable,
nadie se ha dado cuenta.
—Pero ya habrán descubierto el cadáver, y nos han visto con él.
—¡Maldita
sea! ¡¿Acaso nos conoce alguien en este inmundo lugar?! Relájate, estás
muy raro últimamente. Me parece que alguien necesita una cama para
liberar todo ese nerviosismo. —Con la sonrisa que se dibujó en sus
labios cuando pronunció la última frase, le dejó muy claro a Karven sus
intenciones.
—No estoy raro, estoy bien, pero…
—Y ahí vas de nuevo —le interrumpió con tedio.
—...no
quiero que nos descubran. Eso es todo —le dijo en voz baja para que no
le pudiera escuchar nadie que no fuera su compañero.
—No
seas necio, Karven. Nadie sabe absolutamente nada —Empujó al arquero a
un callejón vacío y estrecho y le empotró su espalda contra la pared. Su
mirada estaba cargada de deseo y acorraló a su compañero apoyando las
manos a ambos lados de su rostro, susurrándole al oído—: Ninguno de
estos necios se atreverá a hacernos frente cuando sepan quienes somos,
así que relájate y encuentra una posada… Ahora.
Karven
cerró los ojos. Sintió algo cálido humedecer sus labios, recorrer su
mejilla, acariciar su cuello. Inundó el aire de esa polvorienta
callejuela con un gemido que se le escapó cuando una agresiva y
desesperada mano jugaba con las hebillas de su coraza de cuero, sin
intención alguna de desabrocharla, y agarró una de las correas que
sujetaban la armadura de Sander a su cintura, tirando de ella para
acercarlo y sentir su rodillera de acero en la entrepierna.
—¿Quieres
una posada? —le preguntó Karven mientras intercambiaban las posiciones—
Gritas demasiado, no podemos follar en una posada. —Le sonrió
acariciando su mejilla.
—Nuestros vecinos nunca se han
quejado del espectáculo —le contestó empujándole violentamente contra la
otra pared del callejón y lanzándose rápidamente hacia él— y además
¿Crees que me importa lo que esas escorias insignificantes piensen de
nosotros? —La pregunta fue acompañada de un brusco empujón contra el
muro y de una mirada depredadora que Karven conocía a la perfección.—
Encuentra una maldita posada.
La villa de Espino
Seco era una de las más pobladas y con más recursos del reino de
Ashenford. La noche había caído sobre sus calles y edificaciones y los
habitantes se retiraban a sus hogares o se dirigían a comenzar sus
actividades nocturnas, como las peleas de gallos gigantes, de casi un
metro de altura, o los servicios de prostitución que ofrecían los
numerosos burdeles del distrito por el que paseaban los dos asesinos.
El
aire estaba cargado de perfume barato, orines y heces de caballo y la
calle estaba bastante concurrida de hombres solitarios y, sobre todo, de
mujeres que se colgaban de sus brazos de forma untuosa. Sander y Karven
se zafaban de esos contactos apartándose con brusquedad y dirigiendo
miradas cargadas de desprecio e indignación. Ambos coincidían en que
vender el cuerpo era denigrante, procaz y lúbrico y también en que había
muchos otros caminos que se podían seguir para sobrevivir en ese mundo
desalmado, como por ejemplo el que ellos habían elegido; vender sus
habilidades con la espada y el arco a cambio de cuantiosas sumas de oro.
Comenzaron
realizando trabajos característicos de los mercenarios. Les
encomendaban tareas que los clientes no podían llevar a cabo y les
enviaban a multitud de mazmorras, templos, o cualquier otro recóndito
lugar en busca de objetos dispares de incalculable valor. Pero el
destino quiso que un día se toparan con una inusual petición; tenían que
librarse de una amenaza que el cliente no especificaba y tan solo les
ofreció una desorbitada cantidad de oro por acabar con una criatura que
residía en una cueva no muy lejana a donde se encontraban. Se
dispusieron a complacerle, deseosos de poner sus manos en la abultada y
pesada bolsa de cuero que les mostró antes de partir, y se adentraron en
el citado lugar, pero cuando vieron de lo que se trataba, se mostraron
por primera vez indecisos: Un asustado elfo les rogó y suplicó por su
vida, y les explicó que su cliente no era más que un genocida que quería
ver a todos los elfos muertos, incluso a los inocentes como él que solo
intentaban sobrevivir, pero Sander no se conmovió con sus palabras y
dio el paso atravesándole el corazón con su espada, sin ningún
remordimiento y con la codicia plasmada en su mirada. Karven dudó de lo
que acababa de hacer su compañero y tuvo una acalorada discusión con él
sobre lo inmoral de su sangriento y cruel acto, pero después de una
temporada sin mantener el contacto, al final volvió a su lado y entendió
la corrupción del mundo que le había tocado vivir. Comprobaron que los
asesinatos eran muchos más beneficiosos para sus riquezas y aprendieron a
no hacer preguntas antes de cumplir eficazmente sus cometidos,
haciéndose conocer, temer y respetar bajo el nombre de Brean’Dur, que en
el idioma de los antiguos significa La Muerte Sigilosa.
—Todas
estas posadas apestan a heces. No voy a pasar la noche en ninguno de
estos tugurios. —dijo Sander con repugnancia y tapándose la nariz con
sus dedos.
—Yo tampoco. Vamos a mirar en el barrio noble.
No sé por qué te empeñas en que acabemos en estos lugares si podemos
costearnos algo mejor.
—La verdad, yo tampoco lo sé, además te dije que te encargaras tú.
Después
de unos minutos más caminando encontraron al lado de la seguridad de
las murallas del castillo, el barrio más caro y mejor situado de toda la
ciudad. El ambiente había cambiado por completo y, a diferencia de la
bulliciosa avenida de los prostíbulos, en ese lugar reinaba la calma y
el silencio. Las calles estaban relativamente limpias y podían respirar
sin que la bilis les subiera hasta la garganta. Entraron en la primera
posada que vieron, de nombre El Caballo Herrado, y pidieron una sola
habitación, especificando que dispusiera de una cama amplia. El posadero
les miró a ambos, intentando no ser demasiado obvio con sus
pensamientos al observar que se trataba de dos hombres, y les indicó
donde podían pasar la noche.
En el preciso instante en que la
puerta se cerró, aislándoles del mundo exterior, Sander se lanzó hacia
su compañero. Sus habilidosas y ágiles manos le desabrochaban las
hebillas de su coraza de cuero con habilidad y usaba el cuerpo para
fijarle su corpulenta espalda a la madera de la puerta y que no pudiera
hacer ningún movimiento. Con pequeños rodillazos le despertaba su
entrepierna, sonriendo satisfecho al observar como su estático compañero
se había dejado llevar completamente por su iniciativa, y con pequeños
mordiscos y breves besos rudos marcaba la piel por todos los rincones
por los que sus labios pasaban, arrancando gemidos quedos de la garganta
de su excitado amante.
—Sabes cuanto odio que juegues de esta forma —le dijo Karven entre jadeos.
—Y tú sabes cuánto me gusta hacerlo.
Pronto
el peto y el espaldar cayeron al suelo y Sander pudo poner las callosas
manos sobre la fina túnica que cubría el torso musculoso de su amante.
Sus ojos se encontraron, sus miradas se fundieron y después de unos
breves instantes sus labios se acariciaron, esta vez sin prisa,
saboreando el interior de sus bocas y deslizando sus manos por cada una
de las zonas que lograban alimentar el deseo del otro asesino al que
conocían tan bien.
Desprenderse de las armas y armaduras siempre
requería de una cantidad de tiempo considerable, pero lo sabían
aprovechar para tantearse y provocarse, a veces más de lo necesario como
tal era el caso, hasta que la necesidad era tan apremiante que algunas
piezas como los brazales o las grebas, permanecían en su lugar.
Karven
se quitó los guantes y subió la camisa de su amante por encima de sus
hombros, le sujetó por sus nalgas y lo tumbó en la cama, separando sus
piernas y colocándose entre ellas. Su excitación había alcanzado un
punto culminante y no tenía ganas de seguir jugando, así que le bajó los
pantalones con rudeza hasta que las grebas le impedían seguir bajando, e
hizo lo mismo con los suyos hasta dejarlos por debajo de sus glúteos.
—Hazlo
de una vez —le dijo Sander mientras apoyaba sus botas de acero en los
hombros de Karven y le agarraba con firmeza su erección intentándola
acercar a su entrada.
—Te he dicho que no seas tan impaciente —le recriminó apartando su mano y sus pies— ¿Dónde está el vial de aceite?
—¡Vamos, Karven! ¡Maldita sea!
La
desesperación de su amante no hacía sino aumentar su grado de
impaciencia. Bajó de la cama y rebuscó en ambos cinturones, hasta que
encontró en el suyo lo que buscaba y lo abrió dirigiéndose de nuevo
hacia el lecho. Restregó el líquido por su erección y por el agujero de
su amante, sacando antes el dedo que Sander se había introducido
mientras él se había ausentado, y acarició sus glúteos, deleitándose con
su mirada apremiante mientras se posicionaba de nuevo de rodillas entre
sus piernas. El guerrero volvió a apoyar sus pies sobre los hombros de
Karven y este separó sus nalgas y comenzó a presionar abriéndose camino
con poca delicadeza, a la vez que los gemidos y súplicas que llegaban a
sus oídos acababan con su paciencia. Cuando estuvo completamente dentro,
agachó su espalda y le susurró al oído:
—Se está tan a gusto aquí dentro. Podría estar con mi polla dentro de ti todo el día.
—Cállate y fóllame de una vez.
Sander
movía sus caderas para apremiar a su amante, pero este se mantenía
estoico y firme. Acariciaba su torso, deslizándose muy lentamente por su
interior y susurrándole esas palabras que lograban derrumbar la fachada
de hombre duro que Sander lucía todo el día con orgullo. Poco a poco el
guerrero se rendía ante la delicadeza de su arquero, agarraba las
sábanas cuando aumentaba el ritmo e inundaba la posada entera con sus
gemidos y sonidos de desesperación. Nadie excepto Karven conocía ese
lado vulnerable, ningunos oídos que no fueran los suyos habían escuchado
a ese impasible hombre suplicar, rogar, ni siquiera demostrar atisbo
alguno de afecto.
El sudor resbalaba por sus cuerpos y el éxtasis
estaba próximo, pero el arquero no tenía intenciones de acabar todavía y
salió de su interior un par de minutos para que se aliviara esa
necesidad de dar paso al orgasmo, pero la maniobra no gustó a su amante.
—¡Por
el Gran Abismo! ¡¿Qué crees que estás haciendo?! —le gritó mientras se
sentaba en la cama para amenazarlo mejor y le empujaba contra la pared.
—No quiero acabar.
—¡Maldita
sea! ¡Deja de hacer siempre esto! —le gritó escuchando como se reía—
¿Qué es tan gracioso? —Después de formular esa pregunta cargada de odio,
se puso de rodillas en su regazo y se introdujo su erección sin previo
aviso— ¿Es que siempre soy yo el que tiene que hacerlo todo?
Karven
apoyó con firmeza la espalda en la pared y agarró fuertemente la
cintura de Sander con sus manos mientras este apoyaba las suyas en sus
hombros para poder llevar el ritmo que le gustaba, un ritmo rápido y
duro que nada tenía que ver con el que el arquero empleaba cada vez que
se acostaban juntos.
—Un día te mataré —le confesó cuando
sintió que no podía aguantar más su orgasmo— ¡Arrojaré tu condenado y
mutilado cadáver al abismo más profundo!
Sander llegó
primero a su clímax pero no dejaba de subir y bajar sus caderas,
imitando ese ritmo afanoso que había mantenido durante los escasos
minutos que permaneció encima de Karven, y que únicamente disminuyó
cuando sintió que eyaculaba por fin dentro de él. Poco a poco fue
parando hasta que se quedó inmóvil, sentado encima de la erección de su
amante, jadeando y con la frente apoyada en su hombro derecho.
—Yo
también te quiero, bastardo desalmado —le dijo Karven riéndose,
acostumbrado a esa agresividad a la que había empezado a tener cariño.
—Estúpido.
No sé por qué tienes que hacer siempre esas sandeces. —Le miró con su
típica mirada cargada de reproche y sacó su erección levantándose
bruscamente. Se tumbó en la cama y se arropó con las sábanas dándole la
espalda.
—¿Vas a dormir con las grebas y los braza…?
—Dormiré con lo que se me antoje. Déjame en paz. —le interrumpió con tosquedad.
Karven
se rio en voz baja para no irritar más a su compañero y terminó de
deshacerse de las pocas piezas de armadura que aún permanecían atadas a
su cuerpo. Se echó en la cama al lado de Sander y después de acariciar
su pelo negro le susurró:
—Buenas noches, dragón.
Los
primeros rayos de sol atravesaron la tela beige de las cortinas,
incomodando a los sensibles ojos claros de Sander. Separó sus párpados
perezosamente y chasqueó molesto su lengua apartando la mano que le
abrazaba por la cintura.
—Ni soy tu prometida, ni soy tu ramera ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo, Karven?
—¿Hmmm?
—le contestó somnoliento, e ignoró su pregunta estirando sus músculos y
diciéndole—: Estoy muerto de hambre, ayer al final no cenamos por culpa
de tu exceso de líbido. Algún día cumplirás tus amenazas y acabarás
matándome, pero no será tu espada la que se encargue de hacerlo, sino
que será tu…
—¡Está bien! Me ha quedado claro. Vamos a comer algo.
Se
colocaron sus armas y armaduras y abandonaron la habitación para bajar
las escaleras. Comieron un estofado caliente de carne, patatas y setas,
el preferido de Sander, y salieron de la posada para encaminarse a su
siguiente destino después de reponer provisiones en una tiendecita
situada en la entrada de la villa Espino Seco.
—Sander, hay una cosa que no entiendo de tu plan. —dijo Karven cuando comenzaron el viaje.
—¿Qué te pasa ahora?
—Si les perdemos de vista ¿Cómo los encontraremos luego?
Sander dejó de andar y le agarró la correa que sujetaba su carcaj para que se girara. Se acercó y le dijo:
—Dime qué te sucede. —Su intensa mirada penetró en los ojos oscuros de Karven.
—¿Qué?
No me ocurre nada ¿Otra vez estás con eso? —le contestó cruzándose de
brazos con indignación y cierta incomodidad por su insistencia.
—¡Te conozco desde hace veinte años! ¡No puedes ocultarme estas cosas!
—¡Sander,
déjalo ya! Solo quiero saber cómo vamos a encontrarles cuando salgamos
de Mandun. Es Keinar de quien estamos hablando, y esa elfa no parecía
ninguna principiante por su forma de moverse ¿Crees que será tan fácil
como seguirle la pista a un Jark(1)?
—Odio que seas tan
estúpido. Sé a dónde se dirigen y también cómo llegar allí antes que
ellos. —le dijo con una sonrisa arrogante y cruzándose de brazos.—
¿Acaso yo hago las cosas improvisadas?
—¡Pero qué necio
soy! ¿Cómo he podido dudar del formidable Sander? —preguntó con un tono
cargado de sarcasmo y haciendo una pequeña reverencia.
La
respuesta del guerrero murió en su garganta cuando escuchó un gruñido
helador a sus espaldas. La amenaza no pertenecía a ningún animal común
de la zona y parecía tener un tamaño considerable, además de unas
intenciones perniciosas. Karven miró a su compañero esperando su señal y
cuando vio su movimiento de cabeza ambos se dieron la vuelta con mucha
cautela y llevando ambas manos a sus armas. La criatura que tenían ante
sus ojos les era desconocida. Sus enormes y alargadas plumas azules
recubrían su cuerpo, el cual poseía el tamaño de dos hombres y estaba
erguido sobre dos patas que acababan en pezuñas; su cabeza era como la
de un águila gigante, pero con ojos amarillos y dos orejas parecidas a
las de los gatos; y la cola se asemejaba a la de cualquier ave común.
Un
graznido les puso en guardia, la veloz bestia cargó hacia ellos
extendiendo las enormes alas pero, a pesar de su rapidez, una flecha
salió disparada con gran precisión hasta clavarse en su ojo derecho
antes de que pudiera alcanzarles. Aprovecharon que el extraño ave estaba
reculando y retorciéndose de dolor y se posicionaron para comenzar con
su estrategia de combate habitual: Sander en la vanguardia asestando
tajos con Tempestad y Karven en la retaguardia debilitando al enemigo
con su arco cargado de flechas impregnadas de veneno paralizante.
La
espada intensificó su brillo oscuro y guió mentalmente a su portador
hacia la nuca del animal, que ya comenzaba a recomponerse. Lo golpeó con
fuerza, convencido de que un solo golpe bastaría para derribarlo, pero
reculó con una maldición y completamente sobresaltado, cuando escuchó
como el filo de diamantes impactaba contra algo pétreo y muy resistente.
—¡¿Pero qué…?!
Su
protesta fue interrumpida cuando un ala de la bestia golpeó su coraza,
lanzándolo un par de metros hacia atrás y dejándolo momentáneamente sin
aire.
—¿Q-qué es esta cosa? —logró decir mientras recuperaba el aliento con las rodillas clavadas en la tierra.
—¡¿Qué estás haciendo, Sander?! —le gritó Karven sin entender qué pasaba.
—¡Cállate! ¡Las plumas de esta abominación son tan duras como la piedra! —le advirtió bastante irritado.
El
guerrero vio como el animal cargaba de nuevo con rapidez y furia hacia
él e intentó levantarse, pero al calcular que no le daría tiempo,
decidió rodar y desviarse de su trayectoria. Mientras tanto, Karven
intentaba atraer su atención con sus flechas, pero debido al duro
plumaje la bestia ni siquiera se percataba de su existencia y por un
momento reinó el desconcierto entre los dos; sus acciones y ataques
siempre en armonía y coordinados, no eran más que decisiones caóticas e
improvisadas, la compenetración de ambos era desatinada, pero su
experiencia les permitió esquivar los avances del animal y no permitirle
ventaja alguna, hasta que Sander se percató de su punto débil, de su
única opción viable. Su compañero ya le había destrozado un ojo y sabía
que podría hacer lo mismo con el otro, así que plantó las botas con
firmeza en el suelo y atrajo la atención de la bestia para que volviera a
cargar hacia él.
—¡Karven!
Solo eso bastó
para que el arquero comprendiera sus intenciones. Preparó rápidamente
una flecha, respiró hondo y apuntó al otro ojo; esperó que se acercara
confiado a Sander y justo antes de que su pico impactara en la cabeza de
su compañero, este se agacho y Karven soltó la flecha certera que logró
dejarlo ciego.
Los graznidos agudos del animal encolerizado les
reventaban los tímpanos y sus alas pétreas daban bandazos aleatorios en
todas direcciones intentando con exasperación que nadie se le acercara
mientras amainaba el tremendo dolor que estaba sintiendo. Era un animal
mal herido y acorralado y Sander sabía que ese momento era crucial y muy
peligroso, así que hizo una señal a Karven para que se acercara y
saliera de la protección de su posición, y con un grito que le infundió
ánimos y fuerzas saltó sobre la espalda de la bestia, rodeándole el
cuello con sus brazos. Una vez más el arquero comprendió cuáles eran sus
intenciones y, mientras el animal echaba la cabeza hacia atrás al no
poder soportar el peso del humano, le hundió la hoja de su daga en el
pescuezo, silenciando por fin esos insoportables sonidos.
—¿D-de dónde ha salido este animal? —preguntó Sander jadeando y sentado en el suelo.
—No
tengo la menor idea. Nunca hemos visto nada así. —Karven analizaba la
extraña bestia y tocaba sus plumas con recelo. A simple vista parecían
suaves y finas, pero al tacto eran tan ásperas y duras como la piedra.—
Esto es muy extraño. Por cierto —le dijo mirándole con los brazos
cruzados—, deberías de dejar de ser tan osado. Lograrás que te maten
algún día.
—¿Para qué estás tú sino para salvar mi trasero? —le preguntó con una sonrisa y dándole una palmada en sus hombreras.
—Lo que tú digas —le dijo levantando sus manos en un gesto de desesperación—. Ya hemos perdido mucho tiempo aquí.
—Sí,
será mejor que nos movamos. —Se levantó con esfuerzo y recogió su
espada que había dejado caer antes de dar el salto al cuello del
misterioso ave.— Casi me rompe las costillas, menos mal que llevaba la
armadura de acero ¿Eh?
—Sí, menos mal. Hubiera sido una auténtica desgracia —le dijo con un tono sarcástico y comenzando a andar.
La
pelea les había robado un tiempo que no disponían y aceleraron el paso
para intentar llegar a la aldea de Grashow antes del anochecer.
Únicamente se detuvieron para comer un conejo que Karven cazó al medio
día y después siguieron con el mismo ritmo apresurado por el sendero que
les llevaba directamente a su destino. Gracias al permanente desnivel
descendente del camino, pudieron alcanzar la aldea justo cuando entró la
noche, aunque a cambio habían drenado sus energías y se encontraban
tremendamente exhaustos.
El olor a mar se mezclaba con el de las
heces de caballo y la humedad se pegaba a sus ropas y a su piel,
haciendo que llevar armadura resultara bastante engorroso.
—Odio estos sitios de mar, es como si la armadura estuviera fundida con mi piel.
—Huele
bien, podríamos comer algo aquí. —dijo Karven ignorando su descontento y
mirando hacia una pequeña posada de la que salía un olor a carne asada
que hacía rugir sus estómagos.
—Creo que por fin has tenido una buena idea.
El
local estaba prácticamente desierto, a excepción de una pareja sentada
al lado de una ventana y un par de ancianos ebrios argumentando cosas
sin sentido con jarras de cerveza en la mano. La posadera les recibió
con entusiasmo y les sirvió dos platos con medio costillar de cordero a
cada uno, que no tardaron en devorar y dejar limpio, junto con varias
jarras de hidromiel. Al terminar su cena, les acomodaron en una
habitación con dos camas y, después de despojarse de sus armaduras, se
tumbaron para descansar y reponer su cuerpo de la dura pelea y la
caminata intensa y sin apenas descanso que habían realizado durante todo
el día.
En medio de la noche, Karven abrió el ojo, un
sonido le había alarmado y se levantó observando que su compañero no
estaba en su cama. Caminó hacia la ventana y vio como entablaba
conversación con un hombre ataviado en una capa negra y sencilla. Los
movimientos de ambos eran apresurados y, después de intercambiar algo
que no pudo distinguir desde arriba, Sander volvió a entrar en la posada
y el extraño se marchó dirección al puerto.
—¿Qué estás tramando ahora, Sander?
Suspiró
decepcionado, negando con la cabeza, y volvió a meterse entre las
sábanas antes de que el guerrero entrara en la habitación con sigilo e
hiciera lo mismo, no sin antes esconder lo que le había dado el
misterioso personaje en un compartimento de su cinturón.
Cuando
despuntó el día ambos volvieron a colocarse sus armaduras y a
prepararse para emprender el final del viaje que les llevaría a Mandun,
capital de Ashenford. Karven permanecía en un inusual silencio y con una
expresión de enojo que no pasó desapercibida a la persona que mejor le
conocía.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—¿Otra vez? Nada —le contestó mientras se abrochaba su brazal de cuero derecho.
—Maldita sea, Karven. Creo que te estás haciendo viejo. —dijo riéndose y colocándose su espalda al hombro.
—Será eso.
La
seca respuesta silenció la risa de Sander y una preocupación comenzó a
crecer en él. Karven no solía tener esa actitud fría y distante y
siempre intentaba que las cosas entre ellos fueran claras y concisas,
pero esa mañana no tenía ganas de hablar y mucho menos de expresar lo
que le ocurría.
<<¿Me habrá visto anoche
mientras hablaba con ese tipo? No lo creo, me lo hubiera dicho, o más
bien, se hubiera puesto como una fiera pidiéndome explicaciones. Odio
engañarlo y ocultarle cosas pero… no puedo decírselo… aún no>>
Los
pensamientos y cavilaciones de Sander fueron interrumpidos por un
estruendo que les era aterradoramente familiar. Una bola blanca de magia
pura impactó con violencia en el medio de un conjunto de colinas
cercanas que se podían divisar desde su habitación y ambos se
encaminaron hacia el vidrio para intentar averiguar qué o quién era el
creador de semejante cantidad de energía concentrada.
—No… no puede… ser —dijo Sander titubeando sin apartar la mirada del causante del destrozo.
—Me parece que… vamos a entretenernos más de lo planeado.
(1) Jark: Raza de humanoides con cuerpo de reptil que habitan en
pequeños núcleos esparcidos por los bosques más frondosos. Su cuerpo
suele ser de color verde, aunque también existen ejemplares con las
escamas de color beige o marrón más oscuro. Sus ojos tienen todos
tonalidades vivas, abarcando un amplio abanico colores desde el blanco
hasta el rojo. En la cabeza les crecen pequeños cuernos con puntas
filadas y se rumorea que la cantidad de ellos depende del poder que
ostenta cada uno, aunque no se ha podido demostrar. Caminan sobre dos
patas y su tamaño medio es un poco más alto que el de los humanos,
aunque la diferencia no es notoria.
Suelen caracterizarse por ser
bastante torpes, despistados, lentos y muy rudos, por lo que resulta
sencillo seguir su rastro sin ser descubierto.
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